lunes, 26 de enero de 2009

ATENDER EL TELEFONO


Planta baja segunda puerta, cinco minutos antes. Bueno, mejor buena impresión. Sí, vengo por que tenía una entrevista de trabajo. Se abrió la puerta y a mi derecha estaba la otra para pasar a la oficina. Diez mujeres con formularios en las manos y sobre las rodillas completando con letra imprenta cada uno de los huecos que dejaba el folio. Disculpe tengo una cita a las once mi nombre es ..., le dije a la secretaria mientras sacaba del bolso mi curriculum. Sí, sí llena por favor este formulario y luego pasa a la sala de los ordenadores a hacer un ejercicio. Sí por supuesto, le respondí con la mejor de mis sonrisas de oficina. Luego de veinte minutos regresé con el trabajo hecho y el formulario completado. El ejercicio había que guardarlo y la encargada de hacerme la entrevista lo vería en su ordenador. Todo moderno, y la decena de personas se había convertido en veintena. Imposible caminar por el pasillo, y otras decidieron volver otro día, con las quejas pertinentes. Esperé veinte minutos más, y me dijo que pasara a la otra sala. Allí le di la mano a una señora de unos cincuenta años con la camisa cerrada hasta el último botón y una falda negra que le tapaba la rodilla. Ahora viene M., una cosa un detalle sobre tu curriculum, Está muy bien pero lo tendrías que armar de otra manera. Por que aquí veo todo lo que estudiaste, los cursos y la experiencia. Pero no sé si sabes atender el teléfono. Continué sentada en la silla mientras asentaba con la cabeza y me preguntaba que tipo de persona podía hacerme esa pregunta si me realmente había leído las dos hojas que me costaron años de estudio y trabajo.
Vino M. me preguntó un par de cosas a modo de ritual, o del propio cansancio. Y luego las hizo en inglés a las cuales respondí sin que la voz me temblase como a la hora de un examen final en la facultad. Me dio la mano y su asistente también. Y al tratar de cerrar la puerta tras de mi, oigo: habla muy bien inglés. Pero seguramente no sabré atender el teléfono. Oiga ..., diga ..., se cortó la comunicación.

FUNERAL



A primera hora de la mañana habían llevado el cuerpo desde la morgue a la casa de velatorios. La misma de siempre, la de la familia. En el centro del pueblo frente a la Iglesia: El Ayuntamiento y la salvación eterna juntas a pocos metros una de otra. Ni siquiera se tenían que tomar la molestia de pensar cuál de las tres opciones era la adecuada.
Los empleados colocaron el cajón sobre los soportes y encendieron la lámpara eléctrica que simulaba una inagotable llama. Una luz para un ciego. La mujer que casi rozaba los cincuenta preparó las tazas de café y jarras de jugo en la recepción. Los dos juntos se fueron con el administrador a terminar de arreglar los papeles y el dinero.
Marta sollozaba. Secaba sus lágrimas con pañuelos descartables, las pocas que le quedaban en los ojos hinchados. Jorge firmaba y la miraba de reojo. Esta mañana culminaban cuatro días agotadores. El ataque, terapia, tubos, reanimación. Cuatro días poco dormidos. Asustados. Deglutiendo la idea de la muerte.
Mamá siempre había hablado sin tapujos de la muerte desde que tengo conciencia. Pero no me hago a la idea, no puedo creer que hoy entre papeles y gente que ni tengo ganas de ver se encuentre ella, ahí dormida. Que no la voy a ver más, que la cocina no tendrá ese olor a detergente de limón.
Marta tenemos que hablar, mañana tenemos que decidir que pasa con la casa, le dije cuando salimos de la oficina. ¿Te parece?, no podes esperar por lo menos dos días. Tienes que hablar de esto ahora. Siempre igual, todo ahora, sin el menor sentido del tacto, me respondió mientras su cara se arrugaba.
Si no puedo aguantar, quiero las cosas ahora y las quiero ya. Eso no me va a devolver a la vieja, ella ya está ahí durmiendo. En qué va a cambiar hablar de eso mañana o dentro de dos o mil quinientos días. El melodrama ya me parece exagerado. Se veía venir, a qué viene esa escenita. Esta siempre igual, con los pañuelitos en la cartera. O que se cree que yo no siento, que a mi no me duele, a mi también me duele.
Comenzó a llegar gente a la funeraria, los primeros los vecinos y luego los parientes. El hijo mayor de Marta se había encargado de llamar uno por uno de la agenda de la abuela. Otros le habían prometido que se ocupaban de avisarles a algún conocido que seguro él por su edad no se acordaría.
Horas y horas de saludos, de besos, de condolencias. Llantos y cafés. Donde la paz de una es la fragilidad de otros. Donde comienza y acaba algo. Ser o estar, y parecer.
Marta oía los comentarios en la recepción con una vaso de jugo en la mano y un cigarrillo en la otra. Ausente, y con una mueca agradeciendo las condolencias a quien se acercaba a darle un abrazo.
Pasaron la noche en la pequeña habitación contigua hasta que llegó el cura. Todo el protocolo, y luego sellaron el cajón. Sólo Jorge y Marta agarrados del brazo miraban como el punto y final de la historia se escurría frente a sus ojos. En sus miradas estaban las conversaciones pendientes de debían terminar. Definir el futuro, otro futuro sin olor a limón.

martes, 13 de enero de 2009

PASA EN PALESTINA, A NUESTRO LADO




La crisis mundial, o mejor dicho la crisis de los países industrializados, nos ha afectado a todos los habitantes de este planeta. De una forma u otra hemos sido un publico fiel a los noticieros internacionales y a los relatos de amigos de otras latitudes. Cada cual asentía a su porvenir con la leve esperanza que el final fuera de las comedias románticas de hollywood. Pero solamente era eso: una esperanza. Ahora nos convertimos en espectadores de la masacre de Gaza mientras la comunidad internacional cree que es más importante como la gente pagará en cuotas su hogar dulce hogar. Cuidado con pronunciarse, cuidado con tomar partido, cuidado con denunciar. Eso está pasando lejos, muy lejos mientras usted toma un café con tostadas. Una guerra es rentable. Pero ¿ Es una guerra?. La respuesta es muy clara, y la población civil palestina asediada desde hace años nada tiene que ver con los designios internacionales de unos pocos. Los niños muertos, las casas destruidas, su vida cortada a trozos de bombardeos, nada tiene que ver con el deseo de muchos de la convivencia pacífica. Somos diferentes, creemos en diferentes cosas, actuamos diferente. Aceptar al otro es una labor de todos los días, de cada elección que se hace. De enriquecerse y fortalecerse. Nadie en su sano juicio acepta las atrocidades que están pasando no tan lejos nuestro, ni los habitantes de Israel ni los de Palestina. Nadie confía en un negocio a costa de la vida de las personas. Aunque otros tienen que pensar si es o no verdad, si cuadran o no las cuentas, o si es un daño colateral de la crisis mundial. Por suerte al terminar este texto la comunidad internacional se ha pronunciado para que cese el fuego en sobre esa región y marchas como la de Madrid son un ejemplo a imitar.